No puedo dejar de pensar en él. Sentada en el mismo banco del solitario paseo, observo a las pocas personas que transitan por aquí, embozadas en confortables abrigos y exhalando nubes de vapor.
Pienso si hoy vendrá. Tal vez no sea el mejor día, el cielo está gris plomizo y no anima a salir. Espero que no le asuste el frío.
Desde aquella tarde que se fijó en mí, mi corazón sólo late para él.
La primera vez que le vi, caminaba sin rumbo, con la mirada perdida en algún punto muy distante, y cuando nos cruzamos, sus grandes ojos negros se posaron en los míos y me hicieron vibrar. Se detuvo unos instantes, y también pareció conectar conmigo.
Nos vemos cada día, en el mismo sitio, y todo mi ser se estremece cuando le veo caminar entre la gente, con la mirada triste.
Se acerca y me mira, clavando sus ojos en los míos.
Poco a poco nos hemos hecho amigos. Más que amigos, diría yo.
No ha sido cosa fácil. Ninguna relación es fácil, los primeros días. Nuestros caracteres son completamente opuestos. Pero un velo invisible parece envolvernos cuando estamos juntos, minimizando esas diferencias y limando asperezas.
Lo que más me ha inquietado en este tiempo es la confianza incondicional que ha depositado en mí desde el primer momento. Y mi gran duda ha sido saber si yo estaría a su altura. Han sido muchos los momentos en que he temido cometer algún fallo y que pudiera perderle.
Pero el tiempo ha hecho desaparecer esas nubes y nuestra amistad luce radiante por mucho tiempo.
Han sido unos años muy felices, compartiendo todo lo bueno y lo malo de nuestras vidas.
Adoro su tierna mirada, y esos grandes ojos negros se han convertido en la luz que ilumina mi camino.
Ha pasado el tiempo y sigue a mi lado, fiel y cariñoso. Y no dudo que, por mi carácter, en no pocas ocasiones se lo he hecho pasar mal. Pero me ha demostrado que su amistad es inamovible e infinita.
Con los años su cuerpo se ha debilitado, sus ojos han perdido aquel brillo que iluminaba mi alma como un lucero y los achaques de su vejez me indican que su fin está próximo.
Sé que lloraré cuando llegue el trágico momento.
Pero la vida es así.
Los perros no viven para siempre...
