PRESENTACIÓN DEL BLOG

Saludos a todos aquellos que se hayan decidido a entrar y curiosear en este blog.

Aquí voy a hacer públicos mis escritos, cuentos cortos, relatos, novelas, historias, y todo aquello que se me ocurra.

Sólo espero que al menos sirva para haceros dormir...




lunes, 12 de diciembre de 2022

DESTINO FATAL

 

Sé que no resistiré mucho tiempo más y que mi muerte es inminente. 

No puedo luchar contra mi destino. Siento como el frío ha penetrado hasta lo más profundo de mi cuerpo y mi piel empieza a estar cubierta por una fina capa de hielo.  El daño ya es irreversible.

He hecho todo lo posible para evitar que me encierren en este armario, a veinticuatro grados bajo cero, pero ellos son más fuertes que yo y no he podido hacer nada.

Recuerdo que esta misma mañana estaba con mi madre, mis hermanos y  mis compañeros, disfrutando de un plácido día de verano.

De repente llegan unas personas extrañas y, sin ningún tipo de miramiento, nos obligan a salir del tranquilo lugar donde nos encontrábamos y nos llevan a una gran sala. Brilla una potente y deslumbrante luz blanca que se refleja en las paredes, enladrilladas de arriba a abajo.

La sala está llena de armarios y máquinas que nosotros no hemos visto nunca. 

Nos hacen ir de un lado a otro, nos bañan y nos desinfectan, y nos cambian de armario cada pocos minutos, hasta hacernos perder todo sentido de la orientación.

Separan madres, hijos, hermanos y amigos y nadie se digna decirnos qué tienen pensado hacer con nosotros. Por fortuna no estoy solo. Veo a muchos más que están en mi misma situación y hacemos piña, en un desesperado intento de darnos ánimos. Pero no tardamos en comprender que nuestro futuro es muy incierto.

Pasamos un par de horas todos juntos encerrados en un gran armario, en el que no entra ni el más mínimo rayo de luz. Cada pocos minutos abren las puertas, se enciende la luz y sacan a unos cuantos de nosotros. No tenemos ni idea de qué sucede con ellos, puesto que ninguno de ellos regresa.

En el momento en que me cogen a mí, junto con unos cuantos compañeros, veo con horror que no muy lejos, en orto grupo, están mis hermanos y un par de amigos que conozco de toda la vida. Sus rostros lo dicen todo.

Intentan con desesperación evitar ser empujados por esos seres sin escrúpulos, pero nada pueden hacer. Poco a poco, uno tras otro, los hacen caer a un gran pozo lleno de agua hirviendo.

Veo sus ojos, desorbitados por el pánico, y percibo sus gritos de agonía. 

Me siento impotente al ver como todo el grupo desaparece sin poder hacer nada para evitarlo. Este siniestro pozo humeante los engulle sin piedad, y por unos momentos el horror paraliza todo mi cuerpo. Pero nada puedo hacer para evitarlo.

El espectáculo es macabro y presiento que éste será el fin que nos espera a todos. 

Llega el turno a mi grupo. Nadie sabe qué tienen preparado para nosotros y el terror y la desesperación de apodera de nosotros.

Desesperado por salvarme y ayudar a los demás hago un esfuerzo supremo por liberarme y huir.

En un descuido de mis carceleros, me separo del grupo, me tiro al suelo, y ruedo sobre mí mismo.

Intento pasar desapercibido, pero me encuentran en seguida.

A pesar de todo lo que les hago correr y el trabajo que han tenido para encontrarme, al final me arrinconan, me apresan y me vuelven a juntar con el resto de mis compañeros. 

Aun me parece sentir la la presión de aquella enorme mano sobre mi cuerpo, y aquellos dedos tan fuertes y poderosos, ciñéndose  como una tenaza, aprisionando sin compasión mis músculos hasta casi rasgar mi piel.

Los veo como siguen con lo que tenían entre manos sin casi inmutarse.

En un momento la situación parece dar un giro inesperado y nuestro destino no parece ser el pozo de agua hirviendo. 

A nosotros nos introducen en un armario donde, a primer golpe de vista, parece que el frío es el dueño absoluto del lugar. Junto a la puerta de entrada un termómetro indica que a nosotros nos esperan unos gélidos -24º.

Mientras entramos todos e intentamos acomodarnos en este inhóspito lugar,  puedo echar un breve vistazo al interior. El espectáculo es estremecedor. Otros grupos de compañeros ya han sido encerrados, y por su aspecto parece que ya llevan horas, o días, en estas condiciones. El frío ha acabado con sus vidas y con sus esperanzas e ilusiones. Todos están acurrucados los unos con los otros, intentando evitar que el frío mortal penetrara en sus cuerpos. Pero todo ha sido inútil. Con estas temperaturas, en unos pocos minutos el cuerpo se congela. No tenemos salvación. Nadie nos va a ayudar. Nuestro destino ya está escrito.

Nos hacen entrar bruscamente, sin miramientos ni compasión, cierran la puerta y de nuevo nos envuelve la oscuridad más absoluta.

Las paredes están heladas, y el contacto con el suelo se hace muy doloroso.

Sé que no resistiré mucho más  tiempo y que mi muerte es inminente. 

Me rindo a la evidencia de que ha llegado nuestra hora. Todos nuestros sueños de futuro se funden con esa neblina helada hasta que, poco a poco, vamos cediendo y nos vamos abandonando a nuestra suerte y a nuestro destino fatal. Poco a poco el frío extremo nos envuelve y nos cubre con un manto de escarcha y muerte.

Ya no me queda aliento para resistir más. Mi último pensamiento es para mi madre, para el sol que nos calentaba, y para mis hermanos y amigos que ahora se encuentran en la misma situación que yo.

Todos estamos llegando a nuestro fin.

Claro que, cuando has nacido siendo un guisante, poca cosa más puedes hacer...

lunes, 28 de noviembre de 2022

EL FANTASMA DEL CEMENTERIO

 Todos los presentes en el bar se giraron a la vez al escuchar el estrépito.

—¿Qué…?

Juan entró tambaleándose, sin apenas poderse sostener y temblando de pies a cabeza. Sujetándose en las sillas se acercó a la barra.

—Una copa de coñac, por favor… o mejor, que sean dos!

La mitad del contenido de la primera copa de le derramó por entre las comisuras de unos labios convulsos, imposibles de dominar y que sólo obedecían a los estremecimientos de su tembloroso cuerpo.

Todos enmudecieron ante aquel rostro empalidecido, en que unos ojos de mirada perdida y abiertos como platos, eran la viva expresión de un terror demencial. Con sólo verle se comprendía que algo muy grave le había sucedido.

Juan tenía fama de no tener miedo de nada. En más de una ocasión había alardeado de no temer ni a la muerte. Todos tenían muy presente cómo, la semana pasada, él sólo redujo y propinó una brutal paliza a un grupo de descerebrados que se propusieron robar en la gasolinera del pueblo en el preciso momento en que él pasaba por allí.

Tampoco olvidaría Elvira, la mamá del pequeño Sergio, ciego de nacimiento, cómo Juan se abalanzó sobre un perro que se puso muy agresivo cuando el niño tropezó con él sin querer. 

Por eso enmudecieron todos a la vez. Cuando vieron su aspecto comprendieron que algo muy grave se cernía sobre el pueblo.

—¿Qué te ha pasado? —le preguntó la camarera al servirle la segunda copa —Parece que hayas visto un fantasma. 

Juan soltó la copa de golpe y se volvió hacia la camarera. La miró fijamente con sus ojos aún desorbitados y, casi escupiéndole las palabras y con la voz aun entrecortada y temblorosa, le dijo:

—No te atrevas a bromear con eso ¿de acuerdo? Jamás vuelvas a bromear o a no tomarte en serio a esos… seres.

Simón, uno de los clientes y amigo de Juan, no pudo evitar un escalofrío al ver su aspecto y su azoramiento.

Juan apuró de un trago la segunda copa. Cerró los ojos y permaneció así unos momentos mientras el alcohol empezaba a hacer su efecto y su cuerpo dejaba de convulsionarse, al menos tan violentamente.

Se volvió a los presentes y, tartamudeando y con voz casi inaudible, les dijo:

—M… me… me ha atacado.

Su cuerpo volvió a sacudirse en fuertes convulsiones y sus ojos parecían a punto de salirse de las órbitas.

—¿Se puede saber quién te ha atacado? Por tu aspecto parece que haya sido un demonio….

Juan saltó de su asiento como un gato y cogió a Simón por la pechera de su camisa, le levantó dos palmos del suelo y con los dientes apretados, serrando y escupiendo las palabras, le gritó:

—Ya he dicho que jamás, jamás, volváis a tomaros a esos… lo que sea, en broma. No sabéis de lo que son capaces. Esta misma noche, cuando pasaba junto al muro del cementerio, me atacaron todos a la vez. Por fortuna pude liberarme de su zarpazo infernal y huir, pero me fue de bien poco que no me arrastraran al averno…

Tras estas palabras soltó a Simón, se volvió a la barra y pidió una tercera copa, esta vez doble.

—¡Ha vuelto! ¡El fantasma del cementerio ha vuelto!...

Esta frase planeó sobre todos los presentes, conocedores de la historia.

Era una leyenda muy antigua, y en realidad nunca nadie había visto ni oído nada, al menos con la intensidad de la que hablaba Juan, hasta esta fatídica noche. 

Sólo se conocía algunos rumores y se decía que por las noches se oían sonidos  extraños tras las tapias del cementerio. Alguien comentó que en alguna ocasión se habían escuchado llantos, quejidos e incluso los desgarradores gritos de algún muerto no muerto, como llamaban en aquel pueblo a los que supuestamente dormían tan profundamente que les enterraban pensando que habían muerto y que luego pedían a gritos que les sacaran de la tumba. Todos se estremecían ante la visión de una muerte tan cruel.

Pero nadie comprobó nunca la falsedad o certeza de ninguna de estas afirmaciones. No eran más que historias y leyendas que de vez en cuando corrían de boca en boca, más veloces que un reguero de pólvora.

El silencio más absoluto siguió reinando en el bar. Nadie se atrevió a seguir preguntando.

Con la tercera copa, el temblor de las manos y los labios de Juan se apaciguaron bastante.

Se volvió de nuevo a la gente y les contó la terrorífica historia.

—Anoche fui a visitar a Elvira. Como sabéis, desde que sucedió lo de su hijo con aquel perro, muchos días voy a visitarla. Pero anoche se me hizo más tarde que de costumbre… —una sonrisa torcida y una chispa de malicia iluminaron por unos segundos su semblante, aún pálido y ensombrecido por el espanto.

Juan se frotó la garganta, aun dolorida y en la que era bien visible una gran rojez y un hematoma a resultas del ataque, y siguió relatando los hechos.

—Al ser tan tarde, quise acortar camino y decidí atajar por la senda que va por detrás de la tapia del cementerio —Un nuevo escalofrío le recorrió la espalda solo de recordarlo —No tardé en escuchar algunos murmullos y gemidos, y   unos susurros que parecían seguir mis pasos. Un fuerte crujido que venía de detrás de la tapia me confirmó que allí había alguien. Al crujido le siguieron más murmullos, gemidos y aullidos. Incluso me pareció ver, así de reojo, algo que se movía por encima de la tapia, algo que emitía siniestros destellos y que  me hicieron volver a bajar la vista al suelo. En seguida comprendí que eran los fantasmas o los espíritus de los muertos, que me habían oído, y que venían a por mí. Me detuve un momento y me dí la vuelta, dispuesto a combatir a aquellos osados perseguidores, pero...

Juan no pudo controlar nuevos escalofríos, espasmos y temblores sólo de recordarlo.

Un gran número de murmullos procedentes de unas personas muy atemorizadas llenó el local. Todos habían palidecido visiblemente y con la mirada fija en Juan, esperaban ansiosos a que éste siguiera su relato. 

-—Jesús! —Exclamó alguien al fondo santiguándose varias veces seguidas, tal vez para que esos fantasmas no se acercaran a él.

—Estaba en mitad del camino, y mi perseguidores parecían estar tanto delante como detrás de mí. Les oía, veía sus sombras, el frío viento de la muerte me azotaba. Pero no se puede zurrar a los seres incorpóreos, por lo que decidí salir de allí lo más rápido posible.

Todos los ojos estaban puestos en Juan. Se podía ver la expresión de miedo y asombro en los rostros de todos los presentes. Algunos se seguían santiguando o acariciando las medallas o cruces que llevaban colgadas al cuello, murmurando algún rezo en demanda de protección.

Juan siguió con su relato.

—Fue entonces cuando ocurrió todo. Empecé a caminar más rápido, pero ellos seguían estando por todas partes. Podía oír perfectamente sus gemidos, aullidos, desgarradores gritos. Y les veía asomar por encima de la tapia. Algunos intentos infructuosos por cogerme con sus garras me hicieron correr más rápido. Hasta que uno de ellos me atrapó —Juan cerró los ojos unos momentos —Por fortuna para mí, sólo consiguió cogerme por la bufanda. Forcejeamos un rato, hasta que pude zafarme de ella. Aún me duele la garganta —dijo, mostrando la gran marca roja alrededor de su cuello —Corrí mucho más deprisa, hasta que llegué al final de la tapia. Y las voces, gritos y murmullos, sombras y luces, dejaron de escucharse. Supongo que se encerrados tras las tapias del cementerio. 

Alguien miró por la ventana, como para asegurarse de que ningún fantasma, espíritu o lo que fuera que había perturbado a Juan, le hubiera seguido hasta el bar.

—Aún me duele la garganta del tirón de la bufanda. Pensé que me ahorcaba…

Todos se acercaron a Juan. Simón, en un alarde de valentía, le dijo:

—No te preocupes. Mañana mismo, con la luz del día, iremos a echar un vistazo…

—¿Estáis locos? —Juan se levantó de nuevo —No tenemos ni idea de a qué cosa nos enfrentamos. Yo propongo que este cementerio se cierre para siempre y se le prenda fuego. Y que la senda que va por detrás de su tapia no se utilice jamás.

No seas bestia y no te preocupes, Juan. —Simón no parecía demasiado asustado y no entendía cómo un hombre, con la valentía y la sangre fría de Juan, podía estar tan afectado. Para él, todas estas historias que se contaban por ahí, eran cuentos de viejas —Iremos de día, y si vemos algo fuera de lo normal haremos lo que tú dices…


Simón regresó al bar a primera hora de la mañana. Y no venía sólo. Un par de enormes e imponentes perros le acompañaban.

—Por si hay que perseguir a algún fantasma… —comentó entre irónico y divertido.

Sólo dos hombres más se apuntaron a la expedición y salieron en dirección al cementerio. Juan no quiso ni mirar por la ventana. Siguió allí sentado, bebiendo una copa tras otra, intentando controlar el leve temblor que aún quedaba en sus manos, y por supuesto que poco le importaba mostrar su miedo a todos los demás. 

Cuando llegaron a la senda que pasa justo por detrás de la tapia del cementerio, los tres hombres y los perros se detuvieron en seco. Los perros habían empezado a gruñir mostrando sus enormes dientes al tiempo que el pelo de sus lomos se erizaba como escarpias. Si Simón no los sujeta con fuerza, habrían salido corriendo.

—¡Han olido algo! —gritó uno de los hombres, dudando si quedarse allí o volverse corriendo a la seguridad del bar…

Una oleada de gemidos y murmullos llegó con absoluta nitidez a los oídos de los tres hombres. Sintieron el frio del aliento de los espectros en sus nucas y algo se movió por encima de la tapia del cementerio, tal y como les había explicado Juan.

—¡Son los fantasmas! ¡Nos han oído y vienen a por nosotros! —chillo el otro hombre, agarrando a Simón de la camisa y situándose detrás de él, a modo de escudo.

Los perros empezaron a olisquear el aire y a ladrar con fuerza.

—¡Suelta a los perros y vayámonos, Simón! ¡Los fantasmas nos cogerán como a Juan y nos arrastrarán al infierno!

—¡Qué fantasmas ni qué leches! Los perros huelen a los muertos, igual que nosotros. ¿O tú no los hueles? Es un olor típico de todos los cementerios.

Simón tranquilizó a los perros y de pronto estalló en una sonora carcajada.

Los otros dos hombres le miraron estupefactos.

—¿Se puede saber qué pasa, Simón?

Pero éste era incapaz de contestar. Su rostro enrojecido y sus ojos llenos de lágrimas por un ataque de risa que no podía controlar, delataban que él ya sabía de antemano que allí no había ningún peligro.

De la manera que pudo, y sin poder dejar de reír, les mostró a sus atemorizados amigos la causa de su ataque de hilaridad.

Ahora eran los tres hombres, los que no podían dejar de reír.


Y seguían riendo cuando llegaron delante de la puerta del bar.

Adoptaron un fingido aire de seriedad, entraron en el bar, y se acercaron a Juan, quien con una eterna copa de coñac en la mano, palideció de nuevo ante la perspectiva de que los fantasmas les hubieran arrancado el alma o vete a saber qué…

—¿Qué ha pasado? —Preguntó por fin Juan.

Los tres hombres a la vez estallaron en otro ataque de risa. Fue imposible calmarlos ni sacarles palabra alguna. Cuando parecía que recobraban un poco la compostura, sólo de mirarse unos a otros, volvían a estallar en otro ataque que les hacía retorcerse y congestionarse hasta casi asfixiarse.

Tuvieron que pasar más de diez minutos antes de que Simón no pudiera sacar una cosa del bolsillo de su chaqueta y echársela a la cara a Juan.

—Tu bufanda, Juan —le dijo entre la incontenible risa.

—¿S… se la habéis quitado a los fantasmas?

Un nuevo ataque de risa sacudió a los tres hombres, y otro de los hombres le tiró otra cosa a Juan.

—Y este es tu fantasma…

A los pies de Juan aterrizó una gran rama de zarzal que el otro hombre le había tirado…

De pronto el silencio más absoluto reinó en todo el bar. Hasta que todos estallaron en risas y carcajadas.

—Pero yo escuché sus gemidos y sus lamentos… y vi a alguien asomar por encima de la tapia…

Alguien del fondo del bar, conteniendo a duras penas la risa, le gritó a Juan:

—¡Tú sí que eres un buen fantasma…! ¿Qué acaso no hacía un viento de mil demonios, anoche? ¿Y tú no sabes que el viento hace gemir y crujir los árboles?

—Pero… —Juan empezó a comprender su situación. Miraba la bufanda, la rama de zarzal y a la gente del bar, que se partían de risa a su costa.

—¡Eres un gilipollas! —Le gritó otro —Lo que viste por encima de la tapia del cementerio era unos enormes zarzales que el fuerte viento movía de un lado a otro, y con su movimiento dejaban pasar los destellos de la luz de la farola. Esta es la rama en la que se enganchó tu bufanda y que tú tomaste por un fantasma…

—Y te aconsejo —Le dijo Simón secándose las lágrimas con una servilleta de papel —que no te ates la bufanda al cuello con un nudo corredizo como el que sueles llevar. Cuando se engancha en algo, como ayer, cuanto más tires tú, más te asfixia y más te cuesta quitártela. Algún día te vas a ahorcar…

Se dice que Juan tuvo que marcharse a vivir a otro pueblo. Por razones de salud pública…

El alcalde le había advertido que, o se quedaba en casa y no asomaba para nada por la calle o se iba de aquel pueblo. El caso era que todos los habitantes del pueblo, en cuanto le veían, recordaban lo del fantasma del cementerio, estallaban en incontrolables ataques de risa y ya había habido incluso un par de accidentes de circulación por este motivo...

lunes, 21 de noviembre de 2022

ESTRESADA

Las calles están desiertas. La lluvia, el viento y el frío aconsejan quedarse en casa, aunque no siempre es posible. Cómo hoy...

Acabo de salir del supermercado, con un montón de bolsas colgadas de ambos brazos y ando muy deprisa, haciendo equilibrios para no mojarme.

Una ráfaga de viento me ha girado y destrozado el paraguas, que he tirado a la primera papelera que he encontrado, y la persistente lluvia ha empapado todo mi cuerpo. Y el pelo... ¡A la mierda el peinado de cincuenta euros que me han hecho esta mañana para salir a cenar con las amigas! 

Llego a la puerta de casa cargada con las bolsas de la compra. La verdura, el pan, la fruta, la carne, el pescado y los congelados que tengo que meter enseguida en el congelador para que no se descongelen y se echen a perder.

Con mucho esfuerzo consigo abrir la puerta y oigo como la ventana del comedor golpea con gran estrépito contra la pared. Alguien ha olvidado cerrarla antes de salir.

Dejo las bolsas, allá mismo en la entrada, y corro a cerrar la ventana.

Cuando llego al comedor veo que la lluvia ya ha entrado por la ventana, ha formado un gran charco en el suelo y está a punto de mojar la alfombra que nos regaló mi suegra el año que fue de viaje a Turquía. La enrollo un poco y corro a buscar una bayeta para secar el agua.

De camino a la cocina, me doy cuenta de que el fuerte viento ha tumbado el jarrón con flores que había en la repisa que hay encima del sofá y que el agua ha mojado los cojines.

Los saco para llevarlos a la galería para que se sequen y, antes de salir del comedor, llaman por teléfono.

Dejo los cojines en el suelo para contestar a la llamada.

—¿Diga? —Mi hijo me pide que le lave las zapatillas blancas, las de los cordones color naranja, que las necesita urgentemente para esta tarde.

Voy a la habitación de mi hijo, cojo las zapatillas blancas de los cordones color naranja y vuelve a sonar el teléfono. Dejo las zapatillas de mi hijo encima de una silla, junto al aparato.

—¿Diga? —Ahora es mi marido. Tiene que asistir a una reunión muy importante esta tarde y me pide que le planche la camisa blanca, aquella de seda que le trajo su hermano de uno de sus viajes a Japón, China, o que sé yo...

Saco la camisa del armario, la dejo encima de la cama y preparo la tabla de planchar. Me doy cuenta de que uno de los tornillos, el que sujeta la pata derecha, está flojo y a punto de salir de su lugar.

Dejo la tabla de planchar en el suelo y busco un destornillador para poner el tornillo de su lugar y apretarlo.

Llaman a la puerta. Dejo el destornillador encima del mueble de la entrada, abro y me encuentro a un señor con traje negro, corbata roja y un paraguas en las manos que dice vender seguros. Me deshago de él de la mejor manera que puedo. Tengo cosas por hacer... Cierro la puerta y siento una fuerte punzada de dolor de cabeza. Necesito un café. 

Voy a la cocina, pongo leche a calentar y oigo a la vecina que me llama desde la ventana que hay al otro lado del patio de luces. Se aburre y como otras muchas veces me quiere explicar algún chismorreo.

 Cuando acaba de explicarme que ha visto al hijo de la vecina de encima mío, sí, aquel que está casado con un sobrino de su madre, que se morreaba con la chica del ático, si, aquella fresca que siempre va con unos escotes que hacen que nuestros maridos se pongan tan nerviosos, y que ha tenido que toser con fuerza para que se separaran, me giro y veo que la leche que había puesto al fuego a calentar ha hervido, se ha derramado y se ha requemado toda alrededor del fogón de la cocina. 

Busco aquel estropajo de fibras negras que me vendió un vendedor ambulante una tarde en la puerta de casa. Lo encuentro en el fondo del armario de la limpieza. Lo mojo con detergente y oigo un ladrido. ¡Cielos, el perro! Todavía está encerrado en la galería y tiene que salir a hacer sus necesidades.

Dejo el estropajo con detergente encima del mármol de la cocina, cojo la correa, un paraguas nuevo, y me dispongo a sacar al perro a dar una pequeña vuelta por el parque.

De nuevo oigo que me llaman desde el patio de luces. La vecina del piso de arriba. Que si tengo un par de huevos y si haría el favor de subírselos a su casa. Con este tiempo, el dolor de rodillas le impide subir y bajar escaleras. Ato la correa del perro a la pata izquierda de la mesa del comedor.

Voy a la nevera, cojo un par de huevos y estoy a punto de subirselos a la vecina de arriba cuando oigo que alguien mete la llave en la cerradura de la puerta de la calle y abre. Mi hijo.

—¿Me has lavado las zapatillas blancas de los cordones de color naranja?

—No. Todavía están allí donde las he dejado, encima de una silla, junto al teléfono.

En un par de minutos llega mi marido. 

—¿Me has planchado la camisa blanca de seda, aquella que me trajo mi hermano de China?

—No. Todavía está encima de la cama. Y a su lado la tabla de planchar, con el tornillo de la pata derecha a punto de caer. 

Y el destornillador encima del mueble de la entrada.

—¿Qué son estas bolsas? —Preguntan mi hijo y mi marido a coro.

La compra! La fruta está pocha, el pescado empieza a oler mal y los productos congelados se han descongelado del todo y se ha formado un pequeño charco de agua justo detrás la puerta de entrada.

El perro ladra, salta y tira con fuerza de la correa atada a la pata izquierda de la tabla del comedor. Arrastra la mesa un par de palmos y vemos que ya ha hecho sus necesidades, allí mismo. No hace falta mirar. El mal olor lo delata.

Mi marido resopla cómo un toro furioso. 

—Debo asistir a una reunión muy importante y tengo que cenar ahora mismo. ¿Me preparas algo rápido?

La cocina todavía está toda requemada por la leche que se ha derramado cuando chismorreaba con la vecina y el estropajo de fibra negra que me vendió aquel vendedor ambulante en la puerta de casa, todavía está lleno de detergente encima del mármol. Y ha dejado una mancha que se niega a desaparecer. Tal vez aquel detergente sea demasiado fuerte…

Mi hijo y mi marido me miran, resoplando como dos búfalos y sacando chispas por los ojos.

—¿Se puede saber que has hecho en toda la tarde? —Me preguntan los dos a la vez. 

—Por una cosa que te hemos pedido… ¡Ni que tuvieras tantas cosas que hacer!

jueves, 17 de noviembre de 2022

VACACIONES EN AUTO CARAVANA


¡Por fin han llegado las tan esperadas vacaciones! Y se me ha ocurrido que podría organizar una salida con mi mujer, en la auto caravana. Los dos solos, como cuando estábamos recién casados. 

En los últimos años nuestra relación parece haberse enfriado un poco. Ya se sabe, el trabajo, los hijos, los problemas… Es muy difícil encontrar tiempo para hablar y disfrutar de pequeños momentos de tranquilidad. Unos días para nosotros no nos vendrán nada mal. 

Los dos solos, disfrutando de paz y tranquilidad...

—Cariño, ¿nos vamos unos días de vacaciones en la auto caravana? Como cuando éramos jóvenes. Los chicos ya son mayores y se pueden apañar solos. Lo pasaremos bien...

—Ya había pensado en hacer alguna una salida. Pero vendrá mi madre...

—¿Tu madre? ¿No se quedaba en casa de tu hermana hasta fin de mes?

—Sí, pero ya sabes que mi hermana no sale nunca de casa, y sé que a ella le gustará venir de vacaciones con nosotros. También se merece disfrutar un poco. ¿Recuerdas aquel pueblo donde estuvimos hace cuatro años, donde había aquel gran salto de agua? Le gustará mucho verlo. Es muy tranquilo y le sentará bien un poco de aire fresco. Podemos pasar allí unos días. Y con la auto caravana no tenemos que preocuparnos por el alojamiento.

—¿Tu madre en la auto caravana? Y ¿Por qué no buscamos un hotel o una pensión? Así ella podrá estar tranquila en una habitación, mucho más cómoda. (Desesperado intento por mi parte para conseguir unas noches a solas con mi mujer)

—Ni hablar. Se sentiría muy sola. ¿Y si necesitara algo a media noche? Ya lo tengo todo pensado. Iremos en la auto caravana. 

Los desafiantes ojos negros de mi mujer clavados en los míos me confirman que está todo dicho y que cualquier intento de cambiar su decisión es inútil.

Ya puedo olvidarme de estar a solas con ella, olvidarnos del mundo y dejarnos llevar por nuestros instintos…

Empezamos a hacer los preparativos.

Todo a punto. La auto caravana, mi mujer, su madre, el equipaje... ¡Dios Santo! ¿Qué son tantas maletas? ¡Si sólo vamos a estar una semana!

—Bueno... Ya conoces a mi madre. Le gusta tener a mano todo aquello que pueda necesitar. No te preocupes. Ya lo organizo yo.

—No sé cómo vas a meter todo esto en la auto caravana. 

Bueno, me queda la esperanza de que no quepa su madre...

Pero, como por arte de magia, entre las dos consiguen meter todos los bultos  en el porta-maletas del vehículo y ocupando todos los armarios y cajones de la auto caravana. Los suyos, claro…

—Cielo, mi bicicleta… ¿La has sacado tú del porta-maletas?

—Sí, claro. No pensarías irte por ahí con la bicicleta y dejarnos a las dos solas. ¿Y si hay una emergencia? No sé… mi madre se puede poner mala, o puede acercarse algún desaprensivo con vete tú a saber qué ideas… Tú tienes que estar con nosotras para protegernos. Así caben las cosas de mi madre. Nos hemos limitado a cargar sólo lo que vamos a necesitar.

“Sólo lo que vamos a necesitar...” Tres maletas de las más grandes de mi suegra junto un par de bolsas con el ventilador para los sofocos, secador para el pelo, plancha, y ya dejo de mirar para que no me dé un ataque. Otras tres maletas igual de grandes de mi mujer, y la bolsa de viaje chiquita para mí. Como yo me apaño con un par de pantalones y un par de camisetas... Muy bien equilibrado, sí señor. La bicicleta no, la cesta con los bártulos de pesca no, mi tumbona no...

Levanto el dedo índice en un intento de alegar que… Qué mas da, lo que intente alegar. De nuevo su desafiante mirada me hace desistir de llevarle la contraria.

A primera hora de la mañana iniciamos la marcha y a la media hora mi suegra tiene pis.

—Cielo, ya sabes que mi madre es muy mayor y tiene problemas de retención de orina.

¡Veinte paradas he tenido que hacer hasta llegar a destino!

Entre hacer pis, que tengo que parar la auto caravana para que no pierda el equilibrio y se caiga y que me amenaza de hacérselo encima, la necesidad de estirar un poco las piernas, por sus varices, claro, que no le permiten estar mucho rato sentada en la misma posición, los miradores, iglesias y ruinas que no se pueden pasar por alto sin visitar y fotografiar, y otras muchas cosas, el viaje se ha hecho eterno.

Ya en destino, a medio día nos preparamos para comer. Supongo que unos bocadillos o algo preparado, no sé. Lo han organizado todo ellas. Pero veo que mi mujer empieza a sacar bolsas con verduras, patatas, carne, los cacharros de cocina y se dispone a cocinar.

—¿Cuántos seremos a comer? Pregunto irónicamente ante tan singular despliegue de preparativos.

—¡No seas insolente! Ya sabes que mi madre necesita comer bien. No le puedo preparar cualquier cosa y que le siente mal.

De nuevo prefiero callar. Al menor comentario mi mujer me saca los ojos…

No puedo negar que la comida ha estado muy bien. Y el trabajo que he tenido luego fregando platos, cacharros y más cacharros también. No sabía que hubiera tantos en la auto caravana...

—Tendrás que cooperar en algo ¿No? ¿No querrás que lo haga ella, con la artrosis que tiene? Yo ya he hecho bastante preparando la comida. Y no hagas mucho ruido que nos vamos a descansar.

Y mientras ellas duermen la siesta, yo a fregar. Porque claro, hay que hacerlo ahora mismo. Si se deja todo para lavarlo más tarde, los restos de comida se quedarán secos y pegados a los cacharros. Y pueden criar gérmenes y bacterias, y luego su madre podría enfermar...

Por la noche intento alojar a mi suegra en el sofá cama de la auto caravana. De este modo nosotros podremos tener un poco de intimidad en nuestra cama grande. Sigo empeñado en disfrutar de algún rato para nosotros solos. Aunque creo que va a ser muy difícil.

—¡De ningún modo! Mi madre y yo dormiremos en la cama grande. Ella necesita una cama cómoda y no querrás dormir tú con ella...

¡Ya sería lo último!

Por lo tanto, yo al sofá cama de la auto caravana. Y ellas dos a la cama grande.

¡Menuda nochecita! He perdido la cuenta de las veces que se ha levantado mi suegra a orinar. Por los problemas de retención, claro. Y no va a ir al lavabo a oscuras, para tropezar con algo y caer...

Y ¡Cómo ronca! ¡Parece una locomotora!

Como es de suponer, por la mañana yo no puedo ni abrir los ojos del sueño que tengo.

Y mi mujer y mi suegra, a primera hora, ya están en pie.

—¡Vamos a ver la salida del sol! Venga, acompáñanos, que las vacaciones son para disfrutarlas.

¿Disfrutarlas? Sí, claro...

Menos mal que, al tercer día, un desafortunado incidente nos ha hecho volver a casa. Una avería en la nevera. 

—¡Cielos! ¡Qué horror!

Mi mujer me mira con la nevera abierta y una bandeja de carne en la mano. Por su nariz arrugada y su mueca de asco, adivino en seguida cual es el problema.

—La nevera… no enfría.

—No te preocupes. Será un mal contacto…

Me paso una hora montando y desmontando piezas y no hay manera de que funcione.

—Cariño, creo que es una avería grave. Se ha perforado el circuito de refrigeración y por eso no enfría. Tendremos que regresar a casa y avisar a un técnico.

—¿No puedes arreglarla?— me pregunta con tristeza — ¡Con lo bien que lo estábamos pasando! 

La desilusión se refleja en su rostro y el de su madre.

—Qué pena. Lo estábamos pasando muy bien, los tres…

—Sí, es una pena. Pero no podemos estar sin la nevera. Con este calor la comida no aguanta ni unas horas sin que se estropee. Y ¿No querrás que tu madre coma algo en mal estado y se ponga enferma? Lo mejor es regresar a casa. Podemos volver otro año…

No puedo evitar sentir una punzada de culpabilidad al recordar lo fácil que me ha sido cortar un pequeño tubo del circuito de refrigeración con unos alicates e inutilizar la nevera.

Pero un gran alivio me invade por dentro.

Tendré que avisar a un técnico para que venga a reparar la nevera, pero cualquier cosa es preferible a dormir en el sofá cama de la auto caravana, sin mi mujer a mi lado, aguantar las noches de insomnio, levantarme a primera hora de la mañana con los ojos hinchados de no dormir y sólo para ver salir el sol y encima pasarme las tardes fregando cacharros y más cacharros…


lunes, 7 de noviembre de 2022

ACECHO EN LA NOCHE

 Algo me sobresalta y me despierta en mitad de la noche. 

Con el corazón galopando en mi pecho, a punto de salir por la boca, me incorporo en la cama, temblando y sudando.

Un rayo seguido de un estruendoso trueno me hacen tomar conciencia de la tormenta. El ambiente está electrificado, mi vello y mi piel desprenden chispas al más mínimo roce.

Es verano, tengo todas las ventanas abiertas y la casa se llena de un fantasmagórico juego de oscuridad y luces blancas y azules, al tiempo que los ensordecedores truenos hacen temblar los cristales con un siniestro tintineo que me llena de angustia.

Sigo el básico instinto de darle al interruptor de la luz. Clic – clic – clic… Pero la habitación sigue en tinieblas, sólo rasgadas por las cegadoras luces de la tormenta. Se ha ido la luz, como casi siempre que hay tormenta.

Me levanto a tientas de la cama y voy a buscar una vela o una linterna. Recuerdo que las guardé en algún armario de la cocina. Para tenerlas a mano en caso de necesitarlas por la noche, como ahora.

Empiezo a abrir armarios y a tantear con la mano. Siempre me pasa igual: las guardo para que no se pierdan y cuando las necesito no puedo encontrarlas.

De pronto, una ráfaga de viento se cuela por las ventanas, abiertas de par en par, barre la casa y me hace llegar un casi imperceptible ruido. Un ruido ajeno al viento y la tormenta.

Agudizo el oído, intentando aislar el fragor de la tormenta de ese sonido.

Me quedo muy quieto y escucho con más atención. El ruido se reproduce, como un suave roce, y parece que se aproxima. No tardo en identificar qué es lo que produce este ruido. Son pasos, leves y silenciosos, pero puedo percibir cómo se aproximan a mi, con lentitud, pero sin detenerse.

Noto una presencia, me siento observado por unos ojos que traspasan la oscuridad. Un escalofrío me recorre la espalda y todo mi vello se eriza.

A pesar de que soy una persona coherente, en estos momentos todas mis alarmas se han disparado. El miedo me paraliza y la angustia atenaza mi corazón, que sigue latiendo aún más desbocado.

—¿Hay alguien? —Una pregunta que me podría haber evitado. Aunque hubiera alguien en la casa, ¿qué iba a contestar? Tranquilo, sólo soy un ladrón que ha entrado a robar un poco. Me marcho en seguida… O… sólo soy un monstruo que va a despedazarte… La histeria se ha apoderado de mí. 

No se puede ser tan paranoico. Intento tranquilizarme un poco.

Vuelvo a escuchar con atención. 

Por un momento cesan los ruidos. Sólo los truenos que hacen temblar el aire, y los fantasmagóricos juegos de luz de los rayos bailan por toda la casa. Tal vez todo hayan sido imaginaciones mías...

—¿Dónde demonios guardé la linterna y las malditas velas? —me pregunto desesperado.

Con la siniestra luz de los rayos sigo tanteando armarios. 

Y vuelven los ruidos. Además de los pasos, percibo con toda claridad una respiración ronca y profunda. Ahora tengo la certeza de que no estoy solo. Y sea lo que sea, cada vez está más cerca de mi.

Un potente rayo ilumina la cocina por unos instantes con su luz azulada.

La sangre se me hiela en las venas y mi cuerpo se paraliza.

En esos breves instantes puedo ver una gran sombra informe allá mismo, a pocos pasos de mi, acechándome.

—¡Por Dios! ¿Y las velas?

Me vence la desesperación. Quisiera salir corriendo, pero aquello, sea lo que sea, se interpone en mi camino.

En este preciso momento vuelve la luz.

—¡Fausto! ¡Maldita sea! ¡Eres el perro más estúpido que he visto en mi vida! ¡Menudo susto me has dado!

sábado, 5 de noviembre de 2022

EL BLOG SE ACTUALIZA Y SE RENUEVA

 EL BLOG SE ACTUALIZA Y SE RENUEVA


Más de cinco años... Esto es imperdonable. Y no, no voy a justificarme con tontas excusas que, aunque entre ellas haya algunas que tienen su peso, no merezco ningún perdón.
Han sido más de cinco años sin publicar ni una sola entrada en ninguno de mis blogs.
No entraré en detalles de lo que me ha sucedido en estos cinco años, pero sí puedo prometer que asumiré mi culpa e intentaré reparar mi falta de compromiso con mis lectores. Y va a ser a través de duro trabajo.
Voy a actualizar y renovar los tres blogs de arriba a abajo. 




Y voy a trabajar a fondo el nuevo blog


Mis objetivos:
-Revisar con mucha atención todas las entradas ya existentes y modifica enlaces que no funcionan.
-Poner orden en las entradas, agruparlas por temas y facilitar la navegación.
-Ofrecer temas nuevos en cada blog, sobre todo en cuestión de consejos y ayuda.
-Ofrecer textos interesantes, amenos y con un toque personal.
-Publicar con regularidad y cumplir con los compromisos.
-Trabajar mucho, mucho, mucho.

No quiero aburriros con tanta cháchara.
Sólo comunicaros que en breve haré público mi renovado blog y que humildemente pido perdón a quienes han entrado y han salido decepcionados.
Seguiré informando.