PRESENTACIÓN DEL BLOG

Saludos a todos aquellos que se hayan decidido a entrar y curiosear en este blog.

Aquí voy a hacer públicos mis escritos, cuentos cortos, relatos, novelas, historias, y todo aquello que se me ocurra.

Sólo espero que al menos sirva para haceros dormir...




lunes, 20 de febrero de 2023

UN FELIZ DÍA DE PLAYA


¡Por fin llegaron las vacaciones! El calor aprieta desde primera hora de la mañana, el sol brilla con fuerza y la calma es total. Decido pasar mi primer día de ocio en la playa, tomando el sol y disfrutando de un día entero de paz y tranquilidad, sin hacer nada, sin que nadie me moleste, lejos de las prisas, el tráfico, la contaminación, el trabajo, el ruido... Perfecto para olvidar el estrés de casi un año de intenso de trabajo.

Me invade la emoción.

Empiezo por escoger el bañador. Los tengo de todos los colores, para ir variando. Me decido por el negro, es el que más me favorece.

Ahora la toalla. Verde, roja, a rayas... No sé, no sé... Cojo la azul cielo con rayas azul marino. Estoy blanco como la leche y creo que así no se verá tanto.

Preparo la bolsa con la toalla, la crema solar factor de protección extremo, claro, no soporto quemarme, y mucho menos el primer día de vacaciones, una botella de agua, unos bocadillos por si tengo hambre, algo de fruta y las gafas de sol. Cojo también la sombrilla, pienso pasar el día entero disfrutando de la tranquilidad de no tener que hacer nada, ni depender de horarios, dejando la mente en blanco... 

Creo que ya lo tengo todo… 

¡Ah! Falta un buen libro para matar el rato. ¿Pero cuál? He preparado unos cuantos, y ahora no sé por cuál empezar. Leo la sinopsis de alguno de ellos, pero no me acabo de decidir. Bueno, qué más da, si me acabaré durmiendo...

Por fin parece que lo tengo todo. Salgo de casa y bajo a la playa.

¡Por Dios! ¡Parece ser que todo el mundo ha tenido la misma idea que yo! ¿Voy a caber, en este conglomerado de toallas, parasoles, criaturas corriendo por todas partes y gente estirada como lagartos?

Empiezo a adentrarme en la arena, haciendo auténticos equilibrios entre la gente. ¡Esto parece una carrera de obstáculos!

Esquivo las primeras toallas, me agacho para pasar por debajo de un par de parasoles rojos con propaganda de cerveza, procuro no pisar a un par de viejas que dormitan boca abajo con los sujetadores desabrochados para que no se les marque la raya, recibo un pelotazo de unos chiquillos que levantan un montón de arena y que encima me hacen un gesto de burla... No veo ni un agujero en la arena para meterme yo. Sigo andando, hasta que por fin, a pocos metros de dónde estoy, un pequeño espacio libre. Suficiente para mí.

Cuando llego al sitio, alguien ya está extendiendo una toalla. Levanto una mano para llamarle la atención. Este lugar tiene que ser para mí. Yo lo he visto primero. Pero cuando el dueño de la toalla se da la vuelta, me quedo con la mano levantada, con un grito retenido en mi garganta y cara de estúpido total. ¡Aquel hombre es un armario! Seguro que mide más de dos metros, de cuerpo musculoso, y con unas manos tan grandes que sería capaz de arrancarme la cabeza de una bofetada.

Cortésmente, le cedo este sitio. Ya encontraré otro.

El sudor empieza a resbalar por mi frente y por todo mi cuerpo. Estoy empapado. La bolsa me pesa. Tengo que encontrar un claro, por pequeño que sea, donde plantar la sombrilla, estirar la toalla y descansar.

De momento, el relax, la paz y la tranquilidad tendrán que esperar...

Sigo buscando. Esquivando toallas de todos los colores, pisando algunas (no sé volar), saltando por encima de los pies de la gente, agachándome para pasar por debajo de los multicolores parasoles de todos los tamaños... y por fin encuentro el lugar perfecto. A solo un par de metros del agua. Alguien que ha marchado, pienso.

Despliego la toalla a toda prisa, no sea que aparezca otro “musculitos” y me quite otra vez el sitio. Abro mi sombrilla con mucho cuidado de no tirar ninguna de las que me rodean, y me estiro para descansar un rato. Cierro los ojos y me dejo acariciar por los cálidos rayos del sol.

Me mentalizo de que tendré que cambiar el hipnótico y calmante sonido de las olas por otros, no tan relajantes… Chiquillos gritando, mientras las abuelas que los cuidan hablan de sus múltiples dolencias y pruebas médicas a voz en grito. Supongo que también estarán medio sordas.

Detrás de mí, una familia entera, con una selección de música española de los años setenta a todo volumen, y un par de toallas a mi derecha… ¡Reguetón a tope!

No ha pasado ni un minuto que oigo cómo alguien corre muy cerca mí y una lluvia de arena cae sobre mi cuerpo. Una horda de niños maleducados, sinvergüenzas y descarados ha pasado por mi lado corriendo y saltando sin ningún tipo de miramiento. Uno de ellos incluso ha pisado mi toalla y la ha llenado de arena. Me levanto renegando, sacudo la arena de mi cuerpo y de la toalla, y me vuelvo a estirar.

De pronto, alguien tropieza con mis piernas y cae sobre mí. Una mujer mayor, que no ha calculado bien a la hora de levantar los pies para esquivar los míos. Nos enredamos los dos y empezamos a rodar  por el suelo. Cuando consigo sacármela de encima me levanto e intento ayudarla a ponerse en pie. No sé por donde cogerla. Tiene la piel muy resbaladiza por la abundante capa de crema protectora que la cubre. Sin poderlo evitar, la agarro del bañador (de un horrible estampado de tonos marrones y rojizos), le sale un pecho por un lado y me arrea una bofetada que por poco me hace caer de nuevo al suelo. Si al menos fuera una de estas jovencitas que se pasea por la playa con uno de esos diminutos tangas... Me excuso como puedo, con la cara roja como un tomate, y la veo alejarse jadeando y renegando.

Decido ir al agua. La arena es un peligro.

¡Ir al agua! ¿Por dónde? Allá donde rompen las olas está lleno a rebosar de criaturas jugando y revolcándose, abuelos acobardados por una supuesta frialdad del agua, jóvenes que juegan a hacer carrerillas y tirarse en plancha al agua, levantando un chaparrón de gotas de agua que casi llega a las primeras toallas... Yo necesito mi tiempo para entrar al agua, y no me gusta que me mojen. 

No me atrevo a atravesar aquella barrera humana de gritos, salpicaduras y criaturas corriendo por todas partes. Tengo que volver a la toalla. Pero ir a la playa y no bañarme, no tiene demasiado sentido... 

Me esfuerzo por intentar entrar en el agua. Despacio, muy despacio, dejando que mi cuerpo se vaya acostumbrando al agua fría poco a poco, y ya lo estoy consiguiendo cuando, un chaval presuntuoso y con ganas de impresionar a un par de chicas que estaban a su lado, toma carrerilla, se tira de cabeza al agua, y levanta una monumental ola de agua que me hace chillar de la impresión.

Suelto un par de tacos, me acuerdo de su madre y de toda su familia y vuelvo a la “tranquilidad” de la arena y la toalla.

Alguien la ha pisoteado. Yo la he dejado muy estirada y limpia y ahora está toda arrugada y llena de arena. La sacudo, y aún no la he vuelto a poner bien, que vuelven a pasar los chiquillos de antes, gritando, corriendo y saltando. Otra mujer mayor parece que quiere pasar y me tengo que apartar para que no me embista.

Se detiene frente a mí. Es la misma que unos minutos antes me ha caído encima y que al intentar ayudarla a levantarse le he sacado una teta del bañador y le ha quedado al descubierto. Y ahora no viene sola. La acompaña un hombre, probablemente su hijo, porque es mucho más joven y fuerte que ella. En estos momentos solo desearía salir de allí corriendo, pero no puedo. Me quedo petrificado cuando la vieja me señala con gesto acusador y grita: —¡ha sido él! ¡Ha aprovechado mi debilidad para manosearme! ¡Es un cerdo!

—¿Manosearla yo? ¡Que más quisiera ella! ¡No es más que una vieja chiflada! Yo solo quería ayudarla a ponerse en pie...

Su acompañante empieza a increparme y a decirme de todo. En pocos momentos veo como la gente de mi alrededor se ha dado la vuelta, me miran con cara de asco y empiezan a murmurar. La vergüenza me hace enrojecer hasta las orejas. Bajo la cabeza y empiezo a pedir disculpas por una cosa que no ha pasado. Pero no me deja decir ni media palabra. Cuando se cansa de gritarme y da media vuelta, con la vieja cogida de un brazo, doblo la toalla corriendo, cierro la sombrilla y me marcho de allí.

Vuelvo a esquivar toallas, parasoles, criaturas, viejos estirados dormitando, pies y piernas que los tengo que pasar a saltitos, por encima y con mucho de cuidado de no tocar a nadie... Y por fin salgo de la arena y me marcho corriendo a casa.

Y pensar que pretendía pasar un feliz día de playa, en paz y tranquilidad y olvidar el estrés...

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